Es muy interesante leer la detallada descripción de las características externas de un objeto al que se lo suele juzgar por su contenido.
El formato y el soporte en el que colocamos un original corregido y editado y las características gráficas que sumaremos al contenido agregarán valor al libro y a la experiencia de lectura de los lectores.
Pero este pensamiento no es solo del presente. Ya en el período Heian (794-1185) en Japón se apreciaba, además del contenido, también la caligrafía, el papel, sus dobleces, la presentación y la gradación de la tinta de los escritos.
Un claro ejemplo es el texto "Un día el cielo, que era claro", texto 154 de El libro de la almohada, de Sei Shônagon. En el mismo, la autora menciona la tira que anudaba una carta recibida por su vecina, el papel blanco (Michinoku o papel decorado) en el que se había escrito, un sello exterior, el color y la gradación de la tinta, la proximidad de las líneas, el plegado...
Al referirnos a las características físicas de un libro, nosotros podemos mencionar los acabados y el tipo de encuadernación, el tipo de papel, de impresión y las tintas utilizadas; las tipografías elegidas, su tamaño en puntos, las líneas de la caja de texto, entre otras características.
Para cualquier contenido textual, una presentación acorde puede mejorar muchísimo el producto final, darle un plus, lo que se verá reflejado en la apreciación de los lectores.