Ya en la última etapa de mi viaje me encontraba en la
ciudad de Oaxaca, otra ciudad mexicana que combinaba ambientes coloniales,
ruinas arqueológicas y festividades.
Horas antes de partir de este hermoso lugar encontré una
pequeña librería sobre la calle Macedonio Alcalá, una de las peatonales más
importantes de la ciudad. Se trataba de Amate
books, una librería que se asemejaba a una antigua biblioteca; el ambiente
era tranquilo y muy cálido.
Se observaban estanterías y bibliotecas antiguas hacia el
fondo de la librería pero los lectores prácticamente se chocaban con dos
grandes mesas en la entrada. No había mucha gente en la librería, solo unos
pocos turistas.
La primera mesa tenía títulos sobre historia y
actualidad, cocina, estudios antropológicos y fotográficos, diseño e
indumentaria, hallazgos arqueológicos, cultura maya, entre otros, todo sobre
México, pero lo más llamativo era que
todos los títulos se encontraban en inglés. En ese entonces me pareció evidente
que la librería se orientaba a los turistas cuya lengua fuera esa, el inglés.
La segunda mesa, más alejada de la entrada, tenía títulos
tanto en inglés como en español, y la mayoría de los libros se orientaban a la
festividad que estaba finalizando: el Día de los Muertos. Muy pocos lectores
caminaban más allá de estas dos mesas. Hasta ese momento seguí suponiendo que se
trataba de una librería general que apuntaba más hacia el público turista. Sin
embargo, luego me daría cuenta de que se trataba de una librería orientada
completamente a ese público, ya que su diferenciación era la selección de
libros sobre México, en inglés y de calidad.
El comportamiento de los lectores era el
"normal": revisar las mesas, levantar el título más atractivo para
ellos, leer las solapas y contratapas, y dejarlo nuevamente en la mesa o
separarlo para una posible compra.
Lo más contrastante en comparación con la librería Gandhi
era que se notaba claramente que el ritmo de los lectores era otro. Todos los
"buscadores" de libros se tomaban su tiempo para verlos, analizarlos
y elegirlos, sin presiones y sin considerarlo un trámite.
También pude notar que los libros no poseían retractilado
por lo que los lectores podían hojear las páginas preliminares del libro con
libertad y sin restricciones.
En cuanto a la atención de los libreros, básicamente era
atender la caja y la cobranza de los artículos comprados. No había nadie del
lado de las estanterías por lo que no había una ayuda cercana para aquellos
lectores que hubieran tenido dudas o necesitado consejos, recomendaciones u
orientación.
Respecto a los servicios, la librería no ofrecía más que un
espacio relajado para elegir los libros y bolsas biodegradables para las
compras efectuadas.
Sí puedo afirmar que comercializaba más que libros. Cerca
a la caja había tarjetas y postales de México y del Día de los
Muertos, así como también recuerdos y folletines en oferta.
En resumen, me pareció una librería que trataba de dar a
su público un espacio clásico y familiar donde encontrar libros sobre temas de
su interés actual y en su idioma.
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